Dulcinea, ideal amoroso del caballero don Quijote (3)

En los capítulos 32 y siguientes de la Segunda Parte, coincidiendo con la estancia en el Palacio ducal, se retoma el motivo de Dulcinea encantada[1]. Los Duques tienen conocimiento de ella a través de la lectura de la Primera Parte y, además, la Duquesa sonsaca astutamente a Sancho. Es ella quien pide a don Quijote que describa a su amada, pero el caballero no puede hacerlo, y esto resulta muy significativo; en la Primera Parte había afirmado: «píntola en mi imaginación como la deseo» (I, 25, p. 285).

Dulcinea del Toboso

Pero tras la embajada al Toboso y, luego, tras la amarga experiencia de la cueva de Montesinos, el caballero no puede describirla. Nuevamente ha de echar mano al recurso de los encantadores para explicar lo que sucede:

—Y, así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden usar de sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo; y, así, creo que cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y ocupada en tan bajo ejercicio como es el de ahechar trigo; pero ya tengo yo dicho que aquel trigo ni era rubión ni trigo, sino granos de perlas orientales, y para prueba desta verdad quiero decir a vuestras magnitudes cómo viniendo poco ha por el Toboso jamás pude hallar los palacios de Dulcinea, y que otro día, habiéndola visto Sancho mi escudero en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y nonada bien razonada, siendo la discreción del mundo; y pues yo no estoy encantado, ni lo puedo estar, según buen discurso, ella es la encantada, la ofendida, y la mudada, trocada y trastrocada, y en ella se han vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas hasta verla en su prístino estado. Todo esto he dicho para que nadie repare en lo que Sancho dijo del cernido ni del ahecho de Dulcinea, que pues a mí me la mudaron, no es maravilla que a él se la cambiasen. Dulcinea es principal y bien nacida; y de los hidalgos linajes que hay en el Toboso, que son muchos, antiguos y muy buenos, a buen seguro que no le cabe poca parte a la sin par Dulcinea, por quien su lugar será famoso y nombrado en los venideros siglos, como lo ha sido Troya por Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y fama (II, 32, pp. 899-900).

Don Quijote y las labradoras del Toboso

Los Duques van a tramar una compleja burla a don Quijote basada en este encantamiento de Dulcinea. Se prepara un montaje «teatral», una procesión burlesca, en la que vemos a Dulcinea por tercera vez en esta Segunda Parte: aparece encarnada por un paje, acompañada por una corte de mujeres barbudas, y también de Montesinos y el mago Merlín, quien trae la noticia de que el modo para desencantarla consiste en que Sancho se dé tres mil y trescientos azotes «en ambas sus valientes posaderas». Esto, para don Quijote, supone una nueva tragedia porque la misión de desencantar a su amada no está en sus manos. Y este asunto se transformará para el caballero en una obsesión que le va a acompañar hasta el final de sus días: sus preguntas al mono adivino de maese Pedro y a la cabeza encantada que halle en la casa de Antonio Moreno en Barcelona tendrán que ver, precisamente, con la naturaleza real de lo visto en la cueva de Montesinos y el desencanto de Dulcinea; por otra parte, insistirá a Sancho para que se dé los consabidos azotes y su dama quede libre; su preocupación es tal, que incluso llegará a pactar con su escudero el pago en dinero por cada uno de los azotes (que Sancho terminará dando reciamente, no sobre su cuerpo, sino contra el tronco de unos árboles).

Azotes de Sancho Panza para desencantar a Dulcinea


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Dulcinea, ideal amoroso del caballero don Quijote (2)

En Sierra Morena tiene lugar uno de los momentos de máximo acercamiento de don Quijote al ideal de su amada[1]. Será entonces cuando realice una penitencia de amor y le escriba una hermosísima carta. Después de ese episodio, nuestro voluntarioso caballero confiesa con más vehemencia que nunca que es Dulcinea quien infunde valor a su brazo y da por hecho que ha ganado ya el reino de Micomicón gracias a «el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de mis hazañas» (I, 30, p. 353). Y añade entonces una de las más bellas frases del Quijote referidas a su ideal amoroso:

—Ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser (p. 353).

Dulcinea, el amor ideal de don Quijote

En la Primera Parte, Dulcinea permanece en el plano de lo ideal, con algunas leves incursiones en el territorio de lo realista: la primera visión a ras de tierra corresponde al momento en que el traductor nos transmite una de las notas marginales del manuscrito de Cide Hamete, al afirmar que Dulcinea tuvo la mejor mano para salar puercos de toda la Mancha; la segunda es cuando don Quijote reconoce ante Sancho que su Dulcinea es la hija de los rústicos Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales y que, por lo tanto, no es una dama principal; y la tercera, cuando Sancho, al inventar el resultado de su supuesta embajada al Toboso, nos ofrece una imagen degradada de la igualmente supuesta princesa, que él describe como una mujer bastante poco atractiva, a la que ha encontrado ahechando trigo, que despedía «un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa» (I, 31, p. 359).

En cambio, en la Segunda Parte la relación de don Quijote con Dulcinea se da plenamente en el ámbito de lo real, que tiende a la degradación del personaje femenino a través de lo grotesco. Así, cuando se dirigen al Toboso, Sancho convence a don Quijote de que una labradora que se acerca por el camino es Dulcinea. Don Quijote, una vez más, habrá de apelar al habitual recurso de los encantadores enemigos para explicarse por qué él la ve como una vulgar labradora, que despide un aliento «a ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma» (p. 709). En la aventura soñada de la cueva de Montesinos, don Quijote de nuevo no la contempla como la alta y soberana señora de sus pensamientos, sino que sigue viendo a la Dulcinea «sanchificada». Para colmo, la única prenda de amor que la dama le pide entonces es que le dé unos reales, petición que don Quijote no puede satisfacer pues no tiene dinero, con la consiguiente decepción que ello supone para él.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Dulcinea, ideal amoroso del caballero don Quijote (1)

Hemos visto en la entrada anterior de esta serie cómo en la acción del Quijote adquieren un marcado protagonismo los personajes femeninos[1]. El más importante de todos ellos es Dulcinea, motor de la acción principal: don Quijote es un caballero andante que lucha por y para su amada, la sin par Dulcinea del Toboso, modelo de dama tomado de las novelas de caballerías (según la idea del amor cortés, mezclada con las teorías amorosas neoplatónicas y petrarquistas), y en especial, de Oriana, la enamorada de Amadís. La necesidad que don Quijote tiene de una dama de sus pensamientos para llegar a ser caballero andante se pone de manifiesto ya en el primer capítulo del Quijote:

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmádose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma (p. 43).

En realidad, Dulcinea es una idealización de la rústica Aldonza Lorenzo, una labradora del Toboso, como se nos explicita en este otro pasaje:

¡Oh, y cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama. Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto (I, 1, p. 44).

El de Aldonza Lorenzo es un nombre que connota rusticidad, baja condición social e incluso actitudes groseras, como parece apuntar el refrán «A falta de moza, buena es Aldonza». El hidalgo, de la misma forma que ha bautizado a su caballo y a sí mismo, renombra a Aldonza y la convierte en virtud del poder mágico de la palabra en Dulcinea, nombre creado a partir de modelos prestigiosos (Melib-ea, Claricl-ea, Galat-ea) y que connota ‘dulzura’.

Aldonza / Dulcinea

A partir de ese instante, don Quijote se encomendará a su amada Dulcinea al emprender sus diversas aventuras.

Don Quijote y Dulcinea

Por ejemplo, en I, 3 se dirige a ella con estas palabras en el momento de la vela de armas:

—¡Oh señora de la hermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo (p. 59).

Más tarde, en I, 22, tras liberar a los galeotes, les pide que

luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso y allí os presentéis a la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura (p. 246).


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Los personajes femeninos del «Quijote»

El universo de personajes femeninos en el Quijote está constituido por una serie de tipos, muchos de los cuales provienen de géneros precedentes (la novela de caballerías, la de aventuras sentimentales, la morisca, el romancero, la poesía petrarquista, etc.)[1]. Sin embargo, en la novela cervantina los tipos dejan de ser simples imitaciones sin vida ya que adquieren rasgos definitorios y sello de humanidad. Las mujeres del Quijote, en efecto, van más allá de la tipicidad: son mujeres de carne y hueso, cada una con un conflicto personal profundamente humano, cada una con sus pasiones, anhelos, dolores…

Dulcinea

En general, el Quijote nos transmite una visión positiva de la mujer, y las historias amorosas que se exponen suelen tener un final feliz (tras vivir, eso sí, los enamorados un largo y doloroso proceso de pruebas). Los personajes femeninos presentes en la obra de Cervantes forman un mosaico amplio de clases sociales: mujeres que van desde las «mozas del partido» de la venta donde será armado caballero don Quijote hasta la ideal Dulcinea del Toboso, modelo de amada platónica, pasando por la esperpéntica pero bondadosa Maritornes, las pastoras Marcela y Leandra, la morisca Zoraida, la Duquesa y las damas de su Corte como Altisidora, la «sin par» Teresa Panza, las damas barcelonesas, etc., etc. En suma, como se ha dicho alguna vez, hay en el Quijote mujeres con aroma a incienso y mujeres que huelen a ajos, cortesanas (en los dos sentidos de la palabra), labradoras, aventureras, mujeres de su hogar, etc.

Maritornes

Cervantes nos transmite en sus obras acabados retratos femeninos, y esto, su acertada percepción del mundo de las mujeres, se ha explicado a veces considerando la importancia que tuvieron en su vida, tanto su madre y sus hermanas como las mujeres que amó. Si bien el entorno vital del escritor fue durante mucho tiempo predominantemente masculino (milicia, cautiverio en Argel, vida trashumante como alcabalero real…), su biografía está también marcada por notables presencias femeninas: su madre, que le animó a frecuentar los libros; su esposa Catalina de Salazar, con la que casa en 1584, sin que al parecer llegaran a formar un matrimonio muy feliz; su amante Ana Franca; su hija natural, Isabel; sus hermanas y sobrina, apodadas despectivamente «las Cervantas», etc. Como indica Héctor Márquez, no hay un personaje femenino de la vida real de Cervantes que se pueda relacionar directamente con el Quijote; sin embargo, su experiencia vital y su conocimiento de los diferentes estratos de la sociedad se dejan notar claramente en la caracterización de todos sus personajes.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Ver Héctor Márquez, La representación de los personajes femeninos en el «Quijote», Madrid, Porrúa, 1990.

Personajes del «Quijote»: Roque Guinart y Antonio Moreno

En fin, dos personajes interesantes que aparecen en la parte final de la novela, cuando don Quijote se acerca a Barcelona, son Roque Guinart y Antonio Moreno[1]. El primero de ellos está construido sobre la base de un personaje real, Perot Roca Guinarda, famoso bandolero de la época que actuaba en la provincia de Barcelona. En este episodio lo vemos como un bandolero bueno que hace justicia por su propia cuenta, una especie de «desfacedor de agravios modernos», rasgo que lo acerca a don Quijote, quien siente cierta admiración hacia él.

Don Quijote y los bandoleros de Roque Guinart

Roque Guinart conduce hasta Barcelona a nuestro caballero andante y lo deja en manos de su amigo Antonio Moreno, un noble menor que será otro de sus burladores, contribuyendo a la progresiva degradación del personaje: él ha preparado el recibimiento burlesco de don Quijote en la ciudad.

Don Quijote entrando en Barcelona

Además, en su casa don Quijote consultará la cabeza encantada y asistirá a un sarao de damas; y, por último, será su guía en la ciudad y en su compañía visitará la imprenta donde están componiendo el Quijote apócrifo y, más tarde, las galeras.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Personajes del «Quijote»: el Duque y el morisco Ricote

Muy notable es la presencia en la Segunda Parte del innominado Duque, quien representa en el escalafón social a la más alta nobleza[1]. Junto con la Duquesa, y con ayuda de todos sus sirvientes, organizará una serie de bromas, no exentas de crueldad, para reírse a costa de don Quijote y Sancho, que quedan rebajados así al papel de bufones de Corte.

El innominado Duque del Quijote

El Duque es el máximo exponente de esa nobleza cortesana y ociosa, que no tiene ya una función social clara, y que Cervantes ataca —a través de don Quijote— en distintas ocasiones. Por otro lado, se sugiere la corrupción de este personaje en el episodio de la hija de doña Rodríguez (recordemos que el Duque no ha defendido la honra de esta doncella porque quien ha cometido el agravio es el hijo de su prestamista).

La introducción del morisco Ricote, vecino de Sancho con el que se encuentra al salir del gobierno de la ínsula, supone un episodio intercalado que sirve de contrapunto a la historia de la mora Zoraida en la Primera Parte. El de la situación de los moriscos era un tema de actualidad porque en los años 1609 y 1613 Felipe III había dictado sendos edictos de expulsión contra ellos, y Ricote es un representante de todas esas personas que han tenido que sufrir la amarga experiencia de salir al destierro dejando abandonado todo lo que poseían. Cervantes, muy humanamente, nos muestra el vivir del desarraigo de este personaje que llora por tener que abandonar las tierras de su amada España.

Moriscos


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Personajes del «Quijote»: don Diego Miranda y su hijo don Lorenzo

Debemos mencionar también a don Diego de Miranda, conocido como el Caballero del Verde Gabán, y a su hijo don Lorenzo, poeta glosista[1]. Don Diego es un labrador rico, en cuya casa no hay novelas de caballerías, pero sí libros de honesto entretenimiento. Para Bataillon es un personaje equilibrado que, con su «dorada medianía», simboliza la cordura y responde al ideal de hombre del erasmismo; más negativa es, en cambio, la interpretación de Castro, para quien representa la moral acomodaticia de la sociedad contemporánea, que no hace nada por cambiar la situación de las cosas, con una actitud inactiva opuesta a la de don Quijote, que sale al mundo en busca de andanzas caballerescas.

El Caballero del Verde Gabán

Su hijo don Lorenzo quiere ser poeta, y esta decisión, que desagrada a su padre, es la circunstancia que da pie a don Quijote para reflexionar sobre la educación de los hijos (aconseja no forzarlos y dejar que sigan libremente su inclinación) y para declamar un bello discurso en el que elogia la poesía como la más principal de entre todas las ciencias. Además, don Lorenzo ofrece una acertada descripción de la locura de don Quijote al calificarlo, según ya indicamos en otra entrada, como «un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos» (II, 18, p. 776).


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Personajes del «Quijote»: Sansón Carrasco

En la Segunda Parte del Quijote, la nómina de personajes masculinos se enriquece con nuevos nombres[1]. Tenemos, en primer lugar, al licenciado Sansón Carrasco, aliado del cura y el barbero en el empeño de llevar a casa a don Quijote tras su tercera salida. Intentará vencerlo como Caballero de los Espejos o del Bosque, pero será derrotado.

El Caballero de los Espejos

A partir de este momento, el deseo de venganza será otro de los impulsos de su actuación, y terminará venciendo a don Quijote en las playas barcelonesas bajo el nombre de Caballero de la Blanca Luna.

El Caballero de la Blanca Luna

Él es quien, en esta Segunda Parte, representa la función literaria, pues llega con la noticia de la publicación de un libro con las aventuras de don Quijote de la Mancha (II, 3).


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Personajes del «Quijote»: Lotario y Anselmo y el capitán cautivo

 Otra pareja de personajes es la formada por Lotario y Anselmo, conocidos como «los dos amigos», en la historia intercalada de El curioso impertinente, de ambiente italiano[1]. Anselmo es otro de los locos presentes en la obra: la suya es una locura provocada por la duda y por la falta de confianza en sí mismo. Es esto lo que le lleva a idear un plan disparatado, consistente en que su amigo trate de conquistar a su fiel y modélica esposa. Lotario en un primer momento trata de convencer a Anselmo de lo innecesario y absurdo de esta prueba, pero la insistencia de aquel le lleva a intentar la seducción de Camila. Poco a poco se va enamorando de veras de la mujer de su amigo y la historia se cierra con un final trágico que supone la muerte de los tres personajes.

Ruy Pérez de Viedma es el capitán cautivo protagonista de otra historia intercalada, transida de elementos autobiográficos cervantinos. El cautivo es el representante del mundo de las armas, y está caracterizado por su valor heroico, su paciencia en el cautiverio y el amor honesto, encaminado al matrimonio, con la mora Zoraida, la hija de Agi Morato. Esta historia se encuentra imbricada con el discurso de las armas y las letras que don Quijote ha pronunciado momentos antes (I, 37-38).

Historia del capitán cautivo


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.

Personajes del «Quijote»: Grisóstomo, Cardenio y don Fernando

Varios personajes más los encontramos en las historias intercaladas del Quijote[1]: Grisóstomo es el prototipo de pastor enamorado que, tras sufrir el desdén de su amada Marcela, muere —o se suicida— por amor.

Grisóstomo muerto de amor

Por su parte, Cardenio y don Fernando protagonizan unos amores entrecruzados: don Fernando es hijo del duque Ricardo y Cardenio su vasallo; entre ambos existe una relación jerárquica, pero también una amistad, que será traicionada por don Fernando cuando intente seducir a Luscinda, la amada de Cardenio. De esta pareja destaca el modo de caracterización de Cardenio, cuyo comportamiento se encuentra marcado por la cobardía y la falta de decisión.

Cardenio

Asimismo, Cardenio aparece como un loco frente a don Quijote. Recordemos el abrazo que se dan en Sierra Morena el Caballero de la Triste Figura y el Roto de la Mala Figura. Además, el enloquecido deambular del enamorado Cardenio por la agreste sierra sirve de modelo para la penitencia amorosa de don Quijote. Por su parte, don Fernando encarna al noble que olvida su deber y deja de comportarse como se esperaría de su condición, ya que abusa de su poder al deshonrar a su vasalla Dorotea.


[1] Reproduzco aquí, con ligeros retoques, el texto de Mariela Insúa Cereceda y Carlos Mata Induráin, El Quijote. Miguel de Cervantes [guía de lectura del Quijote], Pamplona, Cénlit Ediciones, 2006. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.